Gipuzkoa: confianza en un proyecto común

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Todas las personas aspiramos a un futuro mejor, a nivel personal, y para aquellos que más queremos. Cada cierto tiempo, hacemos balance de si nuestro proyecto de vida es el correcto, de si responde a las metas que nos hemos marcado. De la misma forma, las instituciones, también la Diputación, debemos preguntarnos  permanentemente, con honradez, si nuestro modelo de gobierno contribuye al bien común, al bienestar de las personas. Si es el que mejor sirve a la sociedad, el más apropiado para encarar los retos que compartimos, y corregir el rumbo en el caso de que no lo sea. En eso consiste la apuesta por la buena gobernanza que estamos realizando en Gipuzkoa: de consolidar un nuevo liderazgo compartido que ayude a hacer de nuestro territorio el mejor lugar de Europa donde vivir, trabajar y convivir.

El curso de verano celebrado el pasado jueves, en el que pudimos contrastar Etorkizuna Eraikiz con expertos de renombre internacional, nos reafirma en el camino emprendido. Refuerza nuestro convencimiento de que, para ser útiles a la sociedad, debemos ser capaces de afianzar una relación basada en la cooperación y en la confianza mutua, para detectar juntos y juntas los retos sociales y económicos del territorio, diseñar soluciones, y experimentarlas en entornos reales. Queremos inspirar y movilizar a la ciudadanía, a las asociaciones, las empresas las universidades y las redes internacionales, para poner en marcha una acción colectiva que nos acerque a nuestras metas compartidas, incorporando todo el talento, las ideas, la ilusión y el empuje existentes en Gipuzkoa.

Se trata, como pudimos comprobar, de un desafío que compartimos con los países más punteros del mundo, y en el que estamos bien posicionados. La nueva gobernanza es necesaria para encarar los retos de futuro acorde con la complejidad de un mundo que cambia a un ritmo vertiginoso. También con la diversidad del entorno en el que la Diputación desarrolla su acción hoy en día, compuesto por instituciones, agentes y entidades, que generan una multiplicidad de relaciones, poseen el conocimiento, e intereses y visiones diferentes sobre la realidad de nuestro territorio. Sin olvidar la amenaza del populismo, a la que ni siquiera países como Suecia son inmunes. No debemos obviar el riesgo de que estos movimientos sean percibidos como los únicos que conectan con las verdaderas preocupaciones de la sociedad, con la calle, y apostar por la gobernanza colaborativa es el mejor antídoto.

El gran valor de Etorkizuna Eraikiz reside, precisamente, en que incide en el mundo real. En aquellos espacios en los que transcurre nuestra vida: en nuestras empresas e industrias, comercios, residencias de mayores,  entidades de voluntariado, autobuses públicos, escuelas, universidades, centros de investigación,  casas de cultura y bibliotecas… Lo hace poniendo en marcha proyectos piloto que ya están transformando esos espacios en la práctica. Los programas para impulsar la conciliación de la vida laboral y familiar, y  la participación de los trabajadores y trabajadoras en la empresa, por ejemplo, ya han llegado a 4.000 personas. En total, 20.000 guipuzcoanos y guipuzcoanas han participado en las actividades organizadas. Los centros de referencia avanzan a buen ritmo, y en breve presentaremos las conclusiones de trabajo del think tank en el que hemos reunido a guipuzcoanas y guipuzcoanos de prestigio en distintos ámbitos.

Etorkizuna Eraikiz nace de la certeza de que las instituciones públicas no somos capaces de establecer solas las condiciones para el progreso económico, social o cultural de Gipuzkoa.  El empleo de calidad, la inclusión de quienes atraviesan dificultades, el cuidado de las personas mayores, la movilidad eléctrica, la integración de las personas migrantes, la ciberseguridad,  el cambio climático o el fortalecimiento del euskera, son cuestiones de una magnitud que excede por mucho la capacidad y los recursos de la Diputación. Ni puede afrontarlas por sí sola de forma eficaz, ni sería deseable que lo hiciera. No aspiramos a monopolizar la acción pública, sino a complementar la de quienes llevan años trabajando por el bienestar económico y social del territorio, y demostrado su valía, siendo reconocidos incluso a nivel mundial. Estamos apostando por un liderazgo que potencie y catalice lo mejor que tenemos.

Si queremos un futuro a la medida de las personas, debemos construir el futuro de Gipuzkoa de forma compartida. El éxito de todas estas acciones requiere de una ciudadanía corresponsabilizada y comprometida con la creación de valor público. Si los y las guipuzcoanas no se sienten vinculadas al proyecto común, si no generamos unas aspiraciones compartidas, difícilmente estas políticas conseguirán transformar la realidad. Para ello, tal y como coincidieron en señalar los distintos expertos y expertas del curso, en un tiempo en el que los significados se diluyen, debemos cambiar de raíz la forma en que nos comunicamos. Establecer un diálogo permanente y sincero, explicarles sin rodeos nuestros retos y dificultades, perder el miedo a escuchar verdades incómodas, y saber gestionarlas expectativas. Ponernos en su lugar, conectando con sus prioridades, y que puedan ponerse el nuestro.

En ello estamos. Ni la co-creación de las políticas públicas, ni la escucha activa son caminos exentos de dificultades. Exigen tiempo, dinero, superar recelos y resistencias internas. Nos complican el día a día, porque nos obligan a reaprender, re-evolucionar, abandonar la teoría, la burocracia y los esquemas rígidos, y a experimentar. Nos hacen salir de los despachos para afrontar la realidad en toda su complejidad, y actualizar y redescubrir, a través de la práctica y la deliberación, los valores compartidos que nos identifican y nos han traído hasta aquí: la seriedad, la honestidad, la innovación, la igualdad, la solidaridad y el trabajo en equipo. Llegado el momento de hacer balance, me sentiré enormemente satisfecho si, precisamente, conseguimos poner los cimientos una cultura de trabajo que consiga trasladar el dinamismo propio de nuestro territorio, y sus señas de identidad, a la acción política.